domingo, 15 de enero de 2012

Organización Corona. El imperio de la cerámica

Al cumplir 131 años, Locería Colombiana, empresa vertebral de la Organización Corona, y sus demás compañías consolidan los valores de sus precursores, la familia Echavarría.


En la historia del empresariado colombiano es fácil identificar lazos entre prosperidad económica y arraigados valores familiares. Por ejemplo, respetar, promover y valorar a la gente ha sido, en el caso de los Echavarría Olózaga, el secreto para crecer como unidad familiar y también como empresa, la Organización Corona. A pesar de haber revolucionado la gestión empresarial del país en los años 50, al delegar en terceros la administración de sus negocios, los Echavarría Olózaga han permanecido al frente de su destino.

Como familia, tienen planes muy concretos en sus dos actividades centrales, la industria y la responsabilidad social, que han consignado en un plan estratégico a 2020. Son distintos los logros empresariales de estos paisas. La Organización Corona se ha distinguido por una marcada especialización de sus negocios en la fabricación de productos cerámicos y accesorios para el hogar. También han sido fuertes en gestión del recurso humano, gobierno corporativo y en adoptar, cada vez con más fuerza, una vocación internacional. Cada año exportan millones de dólares a Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia, México, Canadá, Chile, Venezuela y Ecuador, entre otros países. ¿Qué pasado les permite proyectar con tanta seguridad su futuro?

Casta de empresarios

La familia Echavarría Olózaga forma parte de una marcada dinastía empresarial. Antonio Echavarría Jáuregui, el primero de ellos, data del siglo XVII. Cinco generaciones más tarde, el comerciante Rudesindo Echavarría Muñoz fundó en 1875 la casa comercial Rudesindo Echavarría e Hijos en Medellín. Este negocio generó ingresos para crear algunas de las empresas más grandes del país.

Rudesindo Echavarría tuvo dos hijos, Rudesindo y Alejandro. Por su contextura, pasado de kilos el uno, Rudesindo, y esbelto el otro, Alejandro, los apodaron el Echavarría gordo y el Echavarría flaco. Este apelativo perduró en sus descendientes. Hombres visionarios, ambos demostraron una capacidad increíble para crear empresas. Alejandro fundó Coltejer, el hospital San Vicente de Paúl, la primera empresa de energía eléctrica de Antioquia y el Banco Alemán Antioqueño. Mientras que un hijo de Rudesindo, Rudesindo Echavarría Echavarría, fundó Fabricato. Es decir, entre flacos y gordos crearon las textileras más grandes del país. Algo particular tenían estos empresarios que heredaron a otras generaciones.

Los Echavarría Olózaga provienen de la rama de los flacos. Don Gabriel Echavarría Misas, hijo mayor de Alejandro Echavarría, se casó con Helena Olózaga y tuvo cinco hijos: Hernán, Elkin, Norman, Alice y Felipe. Don Gabriel fue un hombre de empresa y uno de sus mayores aciertos fue educar bien a sus hijos y comprarles una fábrica de lozas prácticamente quebrada a unas monjas en 1935.

La semilla de un sueño

Paralelo al desarrollo de los Echavarría en Medellín, se gestaban en Caldas, Antioquia, los inicios de la Locería Colombiana. Su antecedente se dio el 13 de agosto de 1881 con la fundación de la Compañía Cerámica Antioqueña, una de las primeras sociedades anónimas del país. Aprovechando los depósitos de arcilla, abundantes en esas tierras, la empresa se dedicó a la producción de loza, como también de artículos de vidrio y alfarería en general.

En la fundación de la empresa participaron distintos inversionistas, entre ellos, Teodomiro Llano y el alemán Reinhold Paschke, socio principal y encargado de la dirección técnica, quien desde el comienzo la desarrolló tecnológicamente. En sus primeros años de vida, la compañía cambió repetidas veces de dueños y de nombre. En 1891 la Locería fue refinanciada y pasó a manos de Enrique Restrepo y sus hermanos, quienes la vendieron en 1906 a la exportadora de café Mejía & Echavarría. Enrique Echavarría, su propietario, le cambió el nombre por la Fábrica de Loza de Caldas. Luego, en 1918, esta firma fue liquidada y su nuevo dueño, Enrique Mejía y Cía. amplió las instalaciones y llegó a tener 40 empleados y 6 hornos. Entonces producía platos, pocillos, bandejas, lecheras, ladrillo refractario para construcción y atanores.

Para 1922, sus productos se vendían en Santander, Atlántico, Bolívar, Tolima, Caldas y Chocó. Pero en 1930, Enrique Mejía y Cía. quebró y la firma pasó a manos de los acreedores, muchos de ellos entidades bancarias. Los nuevos dueños formaron una sociedad anónima en 1931 con el nombre de Locería Colombiana S.A. En testimonio de Hernán Echavarría Olózaga dijo “la Locería era un negocio quebrado, había pasado a manos de varios bancos y unas monjas, que habían prestado dinero a la compañía. Las monjas se quedaron con la empresa y pusieron a un administrador para manejarla. Papá la compró quebrada”. Y así, Gabriel Echavarría y sus hijos se hicieron a la Locería Colombiana en 1935.

Del conocimiento al crecimiento

Rápidamente, los Echavarría transformaron la Locería Colombiana. Comprar una compañía en bancarrota era una apuesta arriesgada, pero Gabriel Echavarría sabía lo que hacía. El mismo año en que la compró, se inauguró la Central Hidroeléctrica de Guadalupe, y con la prestación del servicio de energía eléctrica, mejoraron ampliamente los procesos lo cual impulsó una expansión sin precedentes. Pero el conocimiento de los Echavarría Olózaga, Gabriel y sus hijos, todos igualmente responsables de su desarrollo, fue lo que más contribuyó en su crecimiento. Felipe, el hijo mayor, asumió la gerencia hasta 1941, tiempo en que modernizó la empresa. Entre otros, trajo en 1936 a un técnico alemán e importó dos molinos de Alemania.

En esta época, el criterio y la formación empresarial de los Echavarría fueron decisivos. Por ejemplo, empezaron a contratar gran cantidad de ingenieros de la Escuela Nacional de Minas de Medellín. Y así, desde el comienzo, el recurso humano apalancó su expansión. Por estos años, la Locería Colombiana pasó a ser una de las empresas más grandes del país. La Segunda Guerra Mundial favoreció a la empresa, pues la obligó a desarrollar tecnología para producir baldosín y sustituir el importado. En ese momento, ya eran competitivos por calidad y precio. De tener 70 obreros en 1935 pasó a 500 en 1943. Este año murió don Gabriel Echavarría y la segunda generación quedó al mando. Aquí la especialización fue fundamental. Hernán se ocupó de las finanzas, la contabilidad y los costos, Elkin se involucró en el área mercantil y en la distribución, mientras que Norman, que había estudiado cerámica en Estados Unidos, en los procesos. La primera estructura formal de la empresa.

En los años 50, la familia delegó la administración en profesionales independientes. Esta estrategia, inusual en su momento e incluso hoy, permitió crear empresas de envergadura. El liderazgo de los Echavarría y el talento de la gente transformaron la empresa. En 1950, se fundó en Bogotá la Compañía Colombiana de Cerámica y en 1952 se inició la producción de azulejos en Cundinamarca. En 1955, nació Porcelana Sanitaria, dedicada a la elaboración de productos sanitarios, y dadas las necesidades del país en estos productos hizo crecer a la empresa. En 1962 se inició la construcción de la planta de Grival, para la producción de grifos y accesorios metálicos, y en 1963 nació Sumicol para explotar minas. Estas y otras empresas fueron conformando lo que hoy representa uno de los conglomerados empresariales más grandes del país.

Organización Corona a 2020

A finales de la década del 80, se dio un nuevo vuelco generacional. Los nietos de Gabriel Echavarría, la tercera generación, se involucraron en los rumbos del grupo. En estos años, la Organización Corona se extendió en una agresiva integración vertical para conquistar mercados externos. Este esfuerzo internacional se profundizó desde los años 90 hasta hoy. En 1991, Francisco Mejía, quien había presidido la compañía durante más de 20 años se retiró, al tiempo que los Echavarría establecían un protocolo familiar, con buenos resultados.

La década del 90 planteó retos importantes para el grupo. Para profundizar su integración, reforzó el mercadeo y la distribución de sus productos al crear en 1994 las cadenas de almacenes HomeCenter, en asocio con la empresa chilena Sodimac. En 1996, la organización reaccionó ante la apertura y empezó a trabajar con el esquema de holding de inversión -junto con Carvajal fueron los primeros en usar esta estrategia-. La experiencia funcionó y se complementó con la creación en 2000 de una gerencia de gestión integral de la compañía.

A pesar de tener 131 años de historia, Corona es una compañía ágil y proactiva. En suma, los planes de la familia Echavarría a 2020 -convertirse en una de las familias más prestantes en América Latina en industria y responsabilidad social- tienen un sólido sustento.

Autor: Carlos Andrés Vanegas

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